Pescados y mariscos, ¿hasta dónde llega el límite de su consumo?

Con las últimas recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud han saltado todas las alarmas, pero que no cunda el pánico: no hay que eliminarlo de nuestra dieta

Por Blanca García-Orea, dietista y nutricionista

Hace apenas un mes saltaban todas las alarmas en cuanto al consumo excesivo de pescados y mariscos, coincidiendo con una de las últimas recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS) que sugería limitarlo dentro de una alimentación sana y equilibrada, sobre todo en grupos más susceptibles como niños y embarazadas, para prevenir de una posible intoxicación por mercurio. Pero, que no cunda el pánico, te explicamos cómo puede afectarte y por qué no has de eliminarlo por completo.

¿Qué es la intoxicación por mercurio?

En realidad, lo que afecta a nuestro organismo, es la forma orgánica del mercurio, lo que se conoce como metilmercurio, una contaminación ambiental de la que ya se viene hablando desde hace tiempo y que se encuentra en gran parte de los productos del mar. Este componente es altamente tóxico y, además, se disuelve fácilmente en la grasa. Por eso, aunque se consuma en pequeñas cantidades, si el tiempo de exposición es prologando, puede afectar a nuestro sistema nervioso. Para prevenir una posible intoxicación, la Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición (AESAN) ha actualizado la guía de consumo de pescado, publicando este año nuevas recomendaciones sobre la frecuenta de su consumo.

Sin embargo, lo primero que hay que hacer es distinguir entre las especies con alto contenido en mercurio y las que tienen un bajo contenido en este mineral.

  • Especies con alto contenido en mercurio: tiburón (cazón, marrajo, mielgas, pintarroja y tintorera), pez espada o emperador, lucio y atún rojo.
  • Especies con bajo contenido en mercurio: abadejo, anchoa o boquerón, arenque, bacalao, bacaladilla, berberecho, caballa, calamar, camarón, cangrejo, cañadilla, carbonero, fogonero, carpa, chipirón, chirla o almeja, choco (sepia o jibia), cigala, coquina, dorada, espadín, gamba, jurel, langosta, langostino, lenguado europeo, limanda o lenguadina, lubina, mejillón, merlán, merluza o pescadilla, navaja, ostión, palometa, platija, pota, pulpo, quisquilla, salmón atlántico o salmón del Pacífico, sardina, sardinela, sardinopa, solla y trucha.
  • Especies con contenido medio en mercurio serían todas las que no se incluyen en ninguno de los dos grupos anteriores.

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Los grupos de riesgo a una intoxicación por mercurio

La población más vulnerable a una intoxicación por mercurio se divide en dos grandes grupos:

  • Mujeres embarazadas y niños entre 0-10 años, ya que el metilmercurio es capaz de atravesar la placenta y la barrera hermatoencefálica, pudiendo afectar gravemente el desarrollo fetal. Por tanto, afecta también a las que estén planificando quedarse embarazadas y a las madres lactantes (puede aparecer en la leche materna). En este caso, se recomienda evitar totalmente el consumo de las especies con alto contenido en mercurio, pero mantener tres o cuatro raciones de pescado por semana de las especies con medio o bajo contenido, procurando variar entre pescados blancos y azules.
  • Niños entre 10-14 años, a los que se les recomienda reducir el consumo a 120 gramos al mes de las especies con alto contenido en mercurio y a tres o cuatro raciones por semana de las especies con medio o bajo contenido, variando también entre blancos y azules.

Y el resto de la población, ¿debemos dejar de comer algún tipo de pescado o marisco?

No. Es más, la AESAN recomienda, en general, el consumo de tres o cuatro raciones por semana por sus efectos beneficiosos para la salud, ya que son una fuente de proteínas de alto valor biológico, fuente de energía y contribuyen al aporte de nutrientes esenciales para el organismo, como el yodo, el selenio, el calcio y vitaminas de los grupos A y D. Además, aportan grasas saludables, en concreto, los ácidos grasos poliinsaturados de cadena larga Omega-3 y su consumo está asociado con un menor riesgo de mortalidad por enfermedad cardiaca y coronaria en adultos.