Su ausencia desde el pasado mayo ha desatado uno de los capítulos más comentados de la familia Grimaldi

Todo lo que cuenta la última aparición de Charlene de Mónaco

La mujer del príncipe Alberto comparte la primera imagen suya en un mes, una foto que parece indicar que en estos momentos complicados se agarra a la fe

Por S. Acosta

"No espero que sea un camino de rosas; tendré mis momentos buenos y malos, mis subidas y mis bajadas". Con estas palabras, la princesa Charlene jugó a predecir su futuro cuando faltaban días para convertirse en la mujer del príncipe Alberto y en la princesa regente de Mónaco. Han pasado más de diez años de esa boda, que se celebró en julio de 2011, y se podría decir que la Princesa se encuentra en una de esas "bajadas". Su situación, alejada de Mónaco desde mayo por motivos de salud, resulta algo insólito, teniendo en cuenta que es la mujer del jefe del Estado, con funciones reconocidas como Primera Dama y la madre del heredero. Así que su larga estancia en Sudáfrica, su país natal, está siendo de lo más comentada a nivel internacional, mientras, Mónaco ya se ha acostumbrado a su ausencia y a su brillante reemplazo. En momentos así, Charlene se abraza a su fe.

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"God bless" (que Dios os bendiga), dos palabras escritas en inglés que son la primera aparición pública que hace la Princesa desde que la operaron por última vez hace un mes. En la foto la que fuera olímpica de la natación posa con una amplia sonrisa, con un aspecto más saludable y parece que cada día más recuperada de las intervenciones para recuperarse de una infección otorrinolaringológica severa.  En la imagen aparece leyendo lo que, por la estructura del libro, parece ser la Biblia, mientras de su cuello pende un Rosario. Una sarta de cuentas que se utiliza para rezar, un objeto y un gesto que le conecta directamente con Mónaco, el país que le exigió su conversión al catolicismo para acceder al trono.

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Charlene de Mónaco: todas las claves de una declaración inesperada

Hay que recordar que Charlene Wittstock, nacida y criada en el protestantismo, fue admitida por la Iglesias católica tres meses antes de su boda con el soberano, una conversión que exige la Constitución del país, tanto para reinar como para la legitimar la sucesión. Era entonces una cuestión de tradición y un trámite previo para el "sí, quiero", sin embargo, con el paso de los años, la Princesa ha verbalizado que encontró en ello su fortaleza. "El catolicismo es la religión del Estado pero para mí representa mucho más. Los valores de esta religión me han llegado profundamente y se corresponden perfectamente con mi espíritu", dijo la Princesa durante una entrevista. De hecho, tras el nacimiento de sus mellizos, Jacques y Gabriela, que nacieron de forma prematura, pero sin complicaciones, la primera salida que hizo del hospital fue para ir a misa. 

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Esta imagen evidencia que el equilibrio espiritual de la Princesa es uno de los pilares en los que se sostiene un modo de vida. alejada de los suyos, que arrastra desde la pasada primavera. Todo comenzó cuando durante una misión para la conservación de la fauna sufrió una infección de nariz, oído y garganta -previamente se había sometido a un levantamiento de senos paranasales e injerto óseo- y ya no hubo vuelta atrás. Lo explicó ella misma en una entrevista con el canal sudafricano News24, después los médicos le impidieron volver a Europa porque sería un riesgo volar.

En Mónaco la vida siguió

Esa decisión medica fue solo el comienzo de unos meses de constantes rumores que se dispararon cuando la Princesa comunicó que no podría llegar a Mónaco para celebrar su décimo aniversario de boda y tampoco para ser la anfitriona de la noche de la Cruz Roja, institución de la que es la nueva vicepresidenta. En esa velada, y en otros tantos eventos, fue representada por su hermano Gareth, el único Wittstock que jamás desaparece de Mónaco y al que se le ha concedido el tratamiento de miembro de la familia Grimaldi; o “sustituida” por Carolina de Mónaco, el reemplazo que nunca falla, ya que lleva décadas ejerciendo de Primera Dama, primero lo hizo al lado de su padre, Raniero, tras el dramático fallecimiento de la princesa Grace, y después al lado de su hermano, que ejerció soltero la jefatura del Estado durante mucho tiempo. En esa noche, con Charlene en la distancia, entre los invitados estuvo uno de los hijos ilegítimos del Príncipe, Alexandre, de 18 años, acompañado de su madre, Nicole Coste, que rizando el rizo de un tiempo extrañó concedió una incendiaria entrevista a Paris Match en la que se deshizo en alabanzas hacía al príncipe Alberto en su papel de padre, pero que no dejó igual de bien la imagen de la princesa Charlene, a la que hizo el traje de la madrastra del cuento.

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El exilio que nunca fue

Muestra de que la ausencia de la Princesa ha traspasado todas las fronteras imaginables, es que Alberto de Mónaco ha hablado de los entresijos de su matrimonio con prensa estadounidense. "¡No se fue de Mónaco enfadada! Ella no se fue porque estuviera enfadada conmigo o con cualquier otra persona. Iba a viajar a Sudáfrica para reevaluar el trabajo de su Fundación allí y tomarse un tiempo libre con su hermano (Sean) y algunos amigos. Se suponía que solo iba a estar allí una semana, un máximo de diez días, pero surgieron complicaciones médicas", dijo el Príncipe hace unas semanas a la revista People.

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 "Ella no se exilió. Fue solo un problema médico", advirtió Alberto en la citada entrevista, en la que también dijo que quizá debería haber zanjado los rumores desde el principio, aunque aclaró que no puede destinar tiempo a parar malas interpretaciones sobre la situación de su matrimonio, ya que sus labores son las de jefe de Estado y padre. "Estaba concentrado en cuidar a los niños", puntualizó, y es que en este tiempo Jacques y Gabriela han estado más presentes que nunca en la vida oficial y se han convertido en la mano derecha de su padre, incluso durante viajes oficiales. El siguiente capítulo podría ser el regreso de Charlene al país del que es princesa, que se ha anunciado para este otoño. Con su vuelta, se cerrará un ciclo de la historia Grimaldi, tras el que queda claro que nada es previsible y nadie es imprescindible en Mónaco.