Vejer de la Frontera, el rincón de Cádiz al que siempre se quiere regresar

Aferrado a lo más alto de un cerro, Vejer es monte, pero también es mar. Entre retorcidas callejuelas, cuestas infinitas y fachadas pintadas de blanco impoluto, recorremos el corazón de uno de los pueblos más bellos de Cádiz.

Por Cristina Fernández

Es Vejer uno de esos pueblos a los que hay que llegar con el corazón abierto. Porque este singular rincón con sabor a sur atrapa sin que apenas nos de tiempo a darnos cuenta. Ocurre en cuanto nos disponemos a recorrer su alma a pie, que es como hay que adentrarse en el corazón vejeriego: sus calles claman ser paseadas sin rumbo, perdiéndonos a propósito para encontrarnos, cuando menos lo esperamos, con inmensos arcos e imponentes murallas; con históricas iglesias y vetustos castillos.

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Una buena opción para comenzar la visita al reconocido como uno de “Los Pueblos más bonitos de España” es en su Plaza de España, popularmente llamada “de los Pescaítos”. Es este uno de los centros neurálgicos de la localidad, donde la vida fluye entre vecinos de toda la vida que toman el fresco en sus bancos, y turistas que disparan sus cámaras deseosos de inmortalizar la belleza del lugar. El arrullo de la fuente, con sus famosas ranas y azulejos sevillanos, son seña de identidad de un pueblo que explota en belleza en cada rincón y que nos anima a sentirlo a cada paso. Por ejemplo, catando uno de sus sabores más auténticos: el de sus vinos.

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Hacemos una primera parada —estamos en Cádiz, donde el arte de disfrutar de la vida lenta es un deber— en la tienda que la única bodega local, Bodegas Gallardo (bodegasgallardo.com), abrió recientemente junto a la Plaza de España: con una historia que se remonta a 1870, este negocio familiar elabora ricos caldos al amparo del sol gaditano y de las frescas tierras regadas por la brisa atlántica. Tras probar algunas de sus joyas, como su vino de naranja o su aclamado “Oro Viejo”, será harto complicado no salir de allí con alguna que otra botella bajo el brazo.

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Justo al lado, y tras subir una empinada cuesta, se alza el Arco de la Villa, uno de los cuatro que permitían antiguamente la entrada a la zona amurallada y que aún hoy se mantienen en pie. En total la rodean 2 kilómetros de altos muros que oscilan entre los 1,5 y 2 metros de grosor, parte de los cuales fueron construidos durante el periodo musulmán: aunque los primeros vestigios de Vejer se remontan a la Edad del Bronce, fueron los árabes los que, tras la Batalla de la Janda del 711, lo conquistaron y dieron su estructura actual.

Y se esmeraron en marcar su trazado urbano compuesto de enrevesadas calles con ese estilo tan común repetido en los pueblos andaluces: aquí, a cada esquina, aparece una postal. Hay una leyenda que cuenta que el emir marroquí Alí Ben Rashid quedó completamente enamorado de Catalina Fernández, una bella vejeriega con la que partió hacia Marruecos tras la Reconquista. Allí, y para calmar la pena de su amada, que añoraba su tierra, decidió levantar todo un caserío a la imagen y semejanza de Vejer. Aquel fue el origen de Chaouen, pueblo marroquí con el que Vejer lleva hermanado desde el año 2000.

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Con los deberes de historia hechos, llega el momento de adentrarnos en el laberinto de callejuelas: aquí nos dejamos llevar. Y lo hacemos llevados por la intuición entre buganvillas que colorean las impolutas fachadas blancas de las casas, ventanas abiertas con visillos que se mecen al viento, y escurridizos gatos que nos miran de reojo. Paramos en tiendas que son auténticos tesoros como Ecléctica Deco Vejer (eclecticadeco.es), especializada en objetos de decoración y diseño local, aunque los negocios de artesanía nos sorprenden a cada paso: aquí la cestería y la cerámica son las absolutas protagonistas.

Solo un poco más arriba, la Iglesia Parroquial del Divino Salvador luce sus orígenes gótico-mudéjares: posiblemente construida sobre una antigua mezquita, cuenta con dos partes bien diferenciadas levantadas entre los siglos XIV y XVI. Y ya en lo más alto del pueblo, coronando el recinto amurallado, otro de los monumentos más representativos: los restos del castillo de la época de Abderramán I otean el increíble paisaje que rodea Vejer rememorando épocas pasadas. En el siglo XIV, por cierto, sirvió de residencia a los Duques de Medina Sidonia.

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Sentir cómo la brisa del mar se revuelve por los rincones y nos acaricia incluso aquí, a 8 kilómetros del mar, nos anima a continuar hasta alcanzar algunas de las calles más fotografiadas de la localidad: paseamos entre macetas de colores y patios a rebosar de plantas, y continuamos hasta alcanzar el Mirador de la Cobijada, uno de los puntos favoritos por locales y extranjeros. No olvidamos hacernos la fotografía de turno junto a la peculiar escultura de la vejeriega vestida con el traje tradicional de cobijada, unos ropajes de origen castellano asociados a la cultura islámica. De fondo, las fachadas blancas de Vejer, con sus azoteas repletas de ropa tendida y sus decenas de antenas alzadas al cielo.

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Muy cerca, ya en el barrio de la judería, otro de esos enclaves para inmortalizar: el Arco de las Monjas no solo nos regala otra hermosa experiencia, sino que también nos sirve de guía para alcanzar uno de los restaurantes más aclamados en la localidad. Es hora de recargar fuerzas.

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PARADA Y FONDA: ODA A LA GASTRONOMÍA GADITANA

Si de algo saben en el sur, es de contentar el estómago: la oferta de bares y restaurantes por el corazón de Vejer es amplísima. Sin embargo, una apuesta segura se halla precisamente junto al Arco de las Monjas: La Judería (lajuderiadevejer.com), con su cocina tradicional repleta de toques vanguardistas, atrapa sin control al primer bocado: aquí, como en gran parte de los restaurantes de la zona, el atún rojo de almadraba y la carne de vaca retinta son los reyes. Habrá que reservar con tiempo, eso sí, si se pretende conseguir mesa en la terraza de su primer piso: las vistas al pueblo, que se desparrama a nuestros pies, son la mejor compañía a la velada más especial.

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Muy cerca, junto a las fachada de la iglesia, otro imprescindible: Casa Varo (casavaro.com), que presume de cocina tradicional y de un gran respeto por el producto de kilómetro 0, sirve el morrillo de atún a la sal más espectacular que se haya probado jamás. Tras un revuelto de ortiguillas y —por qué no— un chuletón de vaca retinta, la felicidad se habrá apoderado aún más de nosotros. Pero hay mucho más, y restaurantes como Las 4 Estaciones (4estacionesvejer.com), Viña y Mar (vinaymar.com) o el ya reconocidísimo El Jardín del Califa (califavejer.com) —su cocina marroquí logra hacernos viajar con los sabores a los lugares más exóticos— son ejemplos de que, en lo que se refiere a gastronomía, por estos lares se lo toman muy en serio. Para algo más informal, el antiguo Mercado de San Francisco acoge, donde antes se exponían patatas, pimientos y tomates, numerosos puestos de cocina internacional que degustar en mesas altas en el centro. 

Eso sí: cualquiera de estos homenajes puede y debe acabar, tras un agradable paseo por la calle de La Corredera, en la Tetería de El Califa, con vistas —de nuevo— a los tejados de Vejer, y con un té a la menta sobre la mesa.

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DIRECCIÓN A LA COSTA

Es Vejer uno de los ocho municipios que forman parte de la comarca gaditana de La Janda, que debe su nombre a la desaparecida laguna de La Janda. Y, aunque la localidad ante la que inevitablemente hemos caído rendidos se halla encaramada a lo más alto de un cerro a casi 200 metros de altura, sus bondades nos traen una última sorpresa: sí, Vejer tiene playa.

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Y no una cualquiera, no, sino la reconocidísima Playa de El Palmar: 11 kilómetros de arenas finas y blancas bañadas por un Atlántico que invita a jornadas eternas refrescándonos en sus frías aguas. Aunque, si no somos mucho de andar a remojo, no hay problema: la oferta de chiringuitos a pie de orilla satisface todos los gustos. Y para muestra, un botón: muchos son los que se dan cita en El Dorado o en El Origen (origenpalmar.com), donde lo que apetece es disfrutar de un buen mojito mientras la música chill out pone ritmo al ambiente. Otras opciones que no defraudarán serán el ya clásico Cortijo El Cartero (cortijoelcartero.com), o Casa Francisco, el de siempre (casafranciscoeldesiempre.com), uno de los más antiguos de la zona: fundado en 1961, la cocina de mar es la ganadora.

¿Y de postre? El mejor de los regalos: un atardecer desde la arena con los pies mojados y el salitre pegado a la piel. En el preciso momento en el que el sol se ponga, tendremos claro algo: algún día, regresaremos a Vejer.

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¿DÓNDE DORMIR?

La oferta hotelera en Vejer es de lo más extensa, aunque hay un alojamiento en concreto por el que la localidad es conocida: La Casa del Califa (califavejer.com) cuenta con 20 habitaciones repletas de personalidad repartidas por un conjunto de edificios de entre los siglos X al XVI entrelazados mediante pasillos, escaleras y patios. Un lugar mágico en el que se respira el ambiente morisco de un pasado que sigue muy presente. V de Vejer (hotelv-vejer.com), también en el corazón del pueblo, es un coqueto hotel boutique de diseño moderno que busca la perfecta comunión entre lo antiguo y lo nuevo mediante espacios repletos de estilo. ¿Lo mejor? Su propuesta Vivir con V…, una amplia oferta de retiros saludables de lujo en los que combinar el encanto de la localidad con experiencias únicas en el entorno.